A razon del texto que publique que se llama "los motores" quisiera aclarar que, si puede ser este el termino, el texto saca su idea y parte de su forma y de su intencion del siguiente texto, bastante conocido y que me parece util, si es que alguien con gusto por la literatura lee esto, citar y copiar para que pueda ser leido y disfrutado y analizado.
Ni hace falta aclarar que no es que mi texto sea una continuacion de este, de hecho el mio es un borrador escrito en horario de trabajo (trabajo del verdadero, o del falso) y que, si quisiera competir para convertirse en un verdadero escrito deberia ser releido y corregido y trabajado por demas. Sin embargo haberlo publicado aca es una muy buena excusa para reproducir este otro, por demas valioso en su forma, en lo que dice, en lo que dice detras de sus propias palabras, en los conceptos que se esconden. En que una generacion(cualquiera que sea), quizas la mejor, se perdio, porque, me atrevo a arriesgar y a citar a otra persona, no supo que hacer con lo que podria haber hecho, que era sumamente inteligente pero pobremente capaz, y que, la inteligencia, o la sabiduria o como quiera decirsele no sirve de nada si no se sabe que hacer con ella.
Hay otros ejemplos para esto ultimo que acabo de escribir, y pido disculpas si en estas lineas se lee una quemazon o limadez total de cabeza, pero es que, siendo las 21:09 de la noche de un martes de paro nacional, discusiones, choques en corrientes y salguero mediante, estoy que me caigo redondo arriba del teclado.
Sin mas aca les dejo el texto.
Aullido, de Allen Ginsberg
He visto las mejores mentes de mi
generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre
arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa,
cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo
estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos
cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los
departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades
contemplando el jazz.
Quienes expusieron sus cerebros al Cielo,
bajo Él y vieron ángeles mahometanos tambaleándose en los techos de
apartamentos iluminados.
Quienes pasaron por las universidades con
ojos radiantes y frescos alucinando con Arkansas y la tragedia luminosa de
Blake entre los estudiantes de la guerra.
Quienes fueron expulsados de las academias
por locos por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo.
Quienes se encogieron sin afeitar y en
ropa interior, quemando su dinero en papeleras y escuchando el Terror a través
de las paredes.
Quienes se jodieron sus pelos púbicos al
volver de Laredo con un cinturón de marihuana para New York.
Quienes comieron fuego en hoteles
coloreados o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o purgaron sus
torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas,
alcohol y verga y bolas infinitas, ceguera incomparable; calles de nubes
vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y
Paterson, iluminando todas las palabras inmóviles del Tiempo, sólidos peyotes
de los vestíbulos, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad del
vino en los tejados, puestos municipales el neon estridente luces del tráfico
parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los bulliciosos
crepúsculos de invierno de Brooklyn, estrepitosos tarros de basura y una regia
clase de iluminación de la mente.
Quienes se encadenaron a sí mismos a los
subterráneos para el viaje infinito desde Battery al santo Bronx en benzedrina
hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas
estremecidas y desiertos golpeados de cerebros absolutamente secos de esplendor
en la melancólica luz del Zoo.
Quienes se hundieron toda la noche en la
luz submarina de Bickford’s emergidos y sentados junto a la añeja cerveza
después del mediodía en el desolado Fugazzi’s, escuchando el crujido del
destino en la caja de música de hidrógeno.
Quienes hablaron setenta horas seguidas
desde el parque a la barra a Bellevue al museo al Puente de Brooklyn, batallón
perdido de conversadores platónicos bajando de espaldas las escaleras de escape
de los alfeizares del Empire State lejos de la luna, gritando incoherencias,
vomitando susurrando hechos y recuerdos y anécdotas y patadas en la bola del
ojo y traumas de hospitales y cárceles y guerras, intelectos enteros
disgregados en amnesia por siete días y noches con ojos brillantes, carne para
la Sinagoga arrojada al pavimento.
Quienes se desvanecieron en ninguna parte
de Zen New Jersey dejando un reguero de ambiguas postales ilustradas de
Atlantic City Hall, sufriendo sudores orientales y artritis Tangerianas y
jaquecas de China bajo la basura en las salas sin muebles de Newark.
Quienes dieron vueltas y vueltas en la
medianoche por el patio de trenes preguntándose adónde ir, y fueron, sin dejar
corazones rotos.
Quienes prendieron cigarrillos en vagones
traqueteando por la nieve hacia granjas solitarias en la noche del abuelo.
Quienes estudiaron a Plotino, Poe, San
Juan de La Cruz, telepatía y cábala debido a que el cosmos instintivamente
vibraba en sus pies en Kansas.
Quienes solos por las calles de Idaho
buscaban ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios.
Quienes pensaban que sólo estaban locos
cuando Baltimore destellaba en éxtasis sobrenatural.
Quienes saltaron a limusinas con el
Chinaman de Oklahoma impulsados por la lluvia de los pequeños pueblos a la luz
callejera de la medianoche del invierno.
Quienes haraganeaban hambrientos y solos
por Houston buscando jazz o sexo o sopa, y siguieron al brillante español para
conversar sobre América y la eternidad, una tarea sin esperanza, y tomaron un
barco para África
Quienes desaparecieron en los volcanes de
México dejando tras suyo nada excepto la sombra del estiércol y la lava y la
ceniza de la poesía quemada en Chicago.
Quienes reaparecieron en la Costa Oeste
investigando el F.B.I. en barbas y pantalones cortos con grandes ojos
pacifistas atractivos en su oscura piel entregando incomprensibles folletos.
Quienes se quemaron sus brazos con
cigarros encendidos protestando contra la bruma narcótica del tabaco del
Capitalismo.
Quienes distribuyeron panfletos
supercomunistas en Union Square sollozando y desvistiéndose mientras las
sirenas de Los Alamos los deprimían, y se deprimía Wall, y el ferry de Staten
Islan también se deprimía.
Quienes rompieron a llorar en blancos
gimnasios desnudos y temblorosos frente a la maquinaria de otros esqueletos.
Quienes mordieron detectives en el cuello
y chillaron con placer en autos policiales por no cometer un crimen salvo su
propia pederastia salvaje y su intoxicación.
Quienes aullaron de rodillas en el metro y
fueron arrastrados por el techo ondeando sus genitales y manuscritos.
Quienes permitieron ser penetrados por el
ano por virtuosos motociclistas, y gritaron con alegría.
Quienes chuparon y fueron chupados por
aquellos serafines humanos, los marineros, caricias del amor Atlántico y
Caribeño.
Quienes eyacularon en la mañana en la
tarde en jardines de rosas y en el pasto de parques públicos y cementerios
esparciendo su semen libremente a quienquiera que llegara.
Quienes hiparon sin cesar tratando de reír
pero se torcían de llanto detrás de un cubículo de un Baño Turco cuando el
ángel rubio y desnudo venía a atravesarlos con una espada.
Quienes perdieron a sus amantes por las
tres viejas musarañas del destino, la musaraña tuerta del dólar heterosexual,
la musaraña tuerta que hace guiños fuera del útero y la musaraña tuerta que no
hace nada sino sentarse en su trasero y corta las hebras doradas intelectuales
del vislumbre del artesano.
Quienes copularon extáticos e insaciables
con una botella de cerveza, un novio, un paquete de cigarrillos, una vela y se
cayeron de la cama, y continuaron en el suelo y por los pasillos y terminaron
desmayándose en la pared con una visión del último coño y llegaron a eludir el
último atisbo de conciencia.
Quienes endulzaron las conchitas de un
millón de chicas temblorosas en el ocaso, y tenían los ojos rojos en la mañana
pero preparados para endulzar las conchitas del sol naciente, destellantes
traseros bajo los establos y desnudos en el lago.
Quienes iban a putas en Colorado por
miríadas en autos robados, N.C., héroe secreto de estos poemas, semental y
Adonis del alegre Denver a la memoria de sus innumerables encamadas con chicas
en lotes vacíos, patios de bares, hileras de desvencijadas casas rodantes en la
cima de montañas, en cavernas o con demacradas meseras en familiares subidas de
enaguas al lado del camino y especialmente la secreta estación de gasolina
solipsismos de Juan, y callejones pueblerinos también
Quienes se desvanecieron en vastas
películas sórdidas, se transformaron en sueños, despertaron en un repentino
Manhattan, y se encontraron a sí mismos fuera de los sótanos colgados sobre
descorazonados Tokay y los horrores de los sueños de hierro de la Tercera
Avenida y tropezaron con las oficinas de desempleo.
Quienes caminaron toda la noche con sus
zapatos llenos de sangre en los muelles esperando una puerta en East River para
entrar a un cuarto lleno de vapor caliente y opio.
Quienes crearon grandes dramas suicidas en
el apartamento de los acantilados del Hudson bajo el rayo azul de la luna de
tiempo de guerra y sus cabezas eran coronadas con el laurel del olvido.
Quienes comieron la cazuela de cordero de
la imaginación o digirieron cangrejos en el fondo lodoso de los ríos de Bowery.
Quienes lloraron por el romance de las
calles con sus carritos llenos de cebollas y mala música.
Quienes se sentaron en cajas respirando en
la oscuridad bajo el puente, y se levantaron para construir arpas en sus
desvanes.
Quienes tosían en el sexto piso del
populoso Harlem con llamas bajo el cielo tuberculoso rodeados por las jaulas
naranjas de la teología.
Quienes garrapatearon toda la noche
golpeando y rodando sobre elevadas incantaciones que en las amarillas mañanas
eran estrofas de jerigonza.
Quienes cocinaron animales podridos
pulmones, corazón, pata, cola borsht y tortilla soñando con el puro reino
vegetal.
Quienes se zambulleron en camiones de
carne buscando un huevo.
Quienes tiraron sus relojes del tejado
para dar su voto a la eternidad fuera del Tiempo y despertadores cayeron sobre
sus cabezas todos los días por la siguiente década.
Quienes se cortaron las muñecas tres veces
seguidas sin éxito, se rindieron y fueron forzados a abrir anticuarios donde
pensaban que se ponían viejos y gritaban.
Quienes fueron quemados vivos en sus
inocentes trajes de franela en Madison Avenue entre ráfagas de versos plomizos
y el parloteo borracho de los regimientos de acero de la moda y los chillidos
de nitroglicerina de las agencias de publicidad y el gas mostaza de los
editores siniestramente inteligentes, o cayeron por los taxis ebrios de la
Absoluta Realidad.
Quienes saltaron del Puente de Brooklyn
esto realmente sucedió y quedaron desconocidos y olvidados en el aturdimiento
fantasmal de los callejones de sopa y camiones de incendio de Chinatown, ni
siquiera una cerveza gratis.
Quienes cantaron por sus ventanas de
desesperación, cayeron de la ventana del metro, saltaron en el sucio Passaic, brincaron
en negros, gritaron por toda la calle, bailaron descalzos en trozos de copas de
vino rotas grabaciones de fonógrafos de la nostalgia Europea jazz alemán de
1930 terminaron el whisky y se lanzaron gemebundos en baños sangrientos,
gemidos en sus oídos y la ráfaga colosal del silbido del vapor.
Quienes rodaron por las carreteras del
viaje al pasado para cada uno el látigo del Gólgota reloj de la soledad de la
cárcel o encarnación del jazz de Birmingham.
Quienes condujeron una visión para
encontrar la eternidad.
Quienes viajaron a Denver.
Quienes murieron en Denver.
Quienes volvieron a Denver y esperaron en
vano.
Quienes aguardaron en Denver y empollaron
solos en Denver y finalmente se fueron para encontrar el Tiempo, y Denver es
solitario para sus heroínas.
Quienes cayeron de rodillas en catedrales
sin esperanza rezando por la salvación de cada uno y la luz y los pechos, hasta
que el alma iluminara su cabello por un segundo.
Quienes chocaron con sus mentes en la
cárcel esperando criminales imposibles con cabezas doradas y el encanto de la
realidad en sus corazones que cantaban dulces blues a Alcatraz.
Quienes se retiraron a México para
cultivar un hábito, o a Rocky Mount para ofrecer Buddha o Tánger a los
muchachos al Southern Pacific a la locomotora negra o a Harvard a Narciso a
Woodland para la sepultura o daisychain.
Quienes exigieron juicios de cordura
acusando a la radio de hipnotismo y fueron dejados con su locura y sus manos y
un jurado colgado.
Quienes arrojaron papas saladas a los
conferencistas de Dadaísmo en CCNY y subsecuentemente se presentaron ellos
mismos en las baldosas de granito del manicomio con cabezas rapadas y un
discurso arlequinesco de suicidio, demandando una lobotomía instantánea, y
quienes a su vez se entregaron a la nulidad concreta de la insulina, Metrazol,
electricidad, hidroterapia, psicoterapia, terapia ocupacional, ping pong y
amnesia.
Quienes en protesta seria dieron vuelta
sólo una simbólica mesa de ping pong, descansando brevemente en catatonia,
volviendo años después verdaderamente calvos excepto por una peluca de sangre,
y lágrimas y dedos, a la visible fatalidad del hombre loco de los pupilos de
los pueblos locos del Este, salas fétidas de Pilgrim State’s Rockland’s y
Greystone discutiendo con los ecos del alma, pegando y rodando en la
soledad-banca-dolmen-reinos del amor de medianoche, sueños de vida en una
pesadilla cuerpos convertidos en roca tan pesados como la luna, con la madre
finalmente, y el último libro fantástico arrojado por las ventanas del
departamento, y la última puerta cerrada a las 4 A.M. y el último teléfono
pegado a la pared sonando y la última pieza amueblada, un papel rosa amarillo
torcido en un colgador de alambre en el closet, e incluso eso imaginario, nada
sino un poco de esperanzadora alucinación ah, Carl, mientras no estés seguro yo
no estoy seguro, y ahora tú estás realmente en la sopa animal total del tiempo
y quienes por lo tanto corrieron a través de las calles congeladas obsesionados
con un repentino destello de la alquimia del uso de la elipse el catálogo el
metro y el plano vibrante.
Quienes soñaron y encarnaron brechas en el
Tiempo y Espacio a través de imágenes yuxtapuestas, y atraparon al arcángel del
alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos elementales y establecieron
el nombre y rasgos de la conciencia al mismo tiempo saltando con sensación de
Pater Omnipotens Aeterna Deus para recrear la sintaxis y medida de la pobre
prosa humana y ponerse frente a ti estupefacto e inteligente y sacudirse con
vergüenza, rechazando incluso revelar el alma para conformarse al ritmo del
pensamiento en su desnuda y eterna cabeza, el vagabundo loco y el golpe del
ángel del Tiempo, desconocido, incluso poniendo aquí lo que podría dejar de ser
dicho en tiempo de volver después de la muerte, y surgieron reencarnados en los
trajes fantasmales del jazz en la sombra del corno dorado de la banda y exhalar
el sufrimiento de la mente desnuda de América para amar en un eli eli lamma
lamma sabacthani saxofón que llora estremeciendo las ciudades bajo la última
radio con el corazón absoluto del poema de la vida descarnada de sus propios
cuerpos buenos para comer mil años.