19 de noviembre de 2012

un relato chico de marcas y neblinas


Hacía diez minutos que habían pasado las doce de la noche. Es que desde hace algún tiempo me había propuesto dejar la puntualidad de lado, ya que esta me traía problemas y tedios. Por ejemplo tener que esperar que mi amigo o conocido, o familiar o pareja termine de hablar con alguien, o de limpiar su lugar trabajo antes de poder irse. O quizás simplemente había llegado a comprender que cuando alguien te dice que vayas a tal lado a X hora en realidad quiere decir X + 15 minutos aproximadamente. Vaya a saber porque es así, no lo sé, simplemente decidí dejar de cuestionármelo y llegar quince minutos después para evitar esa situación que tanto me incomodaba.
La cita estaba prevista en Lavalle al 500, era el cumpleaños de alguien. Esa zona del centro, como todos sabemos, es complicada. Digo complicada y quiero decir con gente complicada, sobre todo a esa hora el centro en todo su espectro se vuelve un lugar complicado. Muchos chorros, drogadictos y putas que se mezclan con laburantes que viajan a su casa o están esperando volver, con chicos que van a bailar y divertirse (y porque no también a joder a los demás), con locos que parecen de película, viejos de barbas blancas y larguísimas, acomodados en alguna esquina inventada de la peatonal mas asquerosa de la ciudad, con un cartel que pide una moneda mientras ellos, sin mirar a nadie tocan la flauta, o chiflan un tango, o no hacen nada. Es un lugar jodido el centro de noche, hay que tener cuidado, y yo lo sabía, lo sé desde hace mucho, pero siempre que voy me acuerdo, por las dudas, de que hay que tener cuidado.
Me había propuesto dejar de ser puntual pero todavía no lo lograba del todo porque, si bien estaba decidido a llegar quince minutos tarde me había bajado del colectivo, como casi siempre, quince minutos antes. Por suerte esa vez había tomado la precaución de bajarme antes y lejos, en Santa fe y Talcahuano, decidido a caminar lento a pesar del frio espantoso que estaba haciendo, de la garua y la neblina que no dejaba ver ni las luces ni los pisos más altos de los edificios, ni el obelisco ni nada.
Me había decidido a caminar y camine. Llegue a nueve de julio. Y antes que pudiera darme cuenta estaba andando por el boulevard, que es, dentro de lo jodido del centro un lugar jodido, no tanto porque los tipos que duermen ahí sean mala gente sino mas bien porque están hechos mierda, durmiendo en la calle con 2 grados de temperatura, sin fuego, sin tabaco, sin alcohol, sin nada, en fin. Yo sabía eso pero sin embargo quería hacer tiempo, me agradaba caminar por ahí y por otra parte, la marginalidad siempre me resulto atrayente, como a todos, por lo que tampoco me parecía tan mala idea.
Eran bastantes cuadras hasta Lavalle, yo caminaba lento, dejaba congelar mis manos, que se dormían, y dejaba que la llovizna me cayera encima. De alguna manera disfrutaba de lo desolado del paisaje, de lo trémulo de la noche. El teatro colon en penumbras, escondido entre la niebla, como todo lo que lo rodeaba. La avenida, la ciudad, porque no el mundo adquirió ante mí un aspecto mágico, imaginado, eso me agradaba.
Pase por un par de grupitos de personas y nada, ni una palabra, ni una puteada, ni una amenaza, nada. A esta altura ya casi que había admitido para mi mismo que de alguna manera tenia intención, o porque no, ganas, de cruzar aunque sea una palabra con alguna de estas personas, en su mayoría familias; mujeres con chicos muy chicos, o sino hombres en grupo, alguno que otro solo pero son los menos; haciendo nada, charlando o no, balbuceando alguna que otra palabra. Algo de eso me resultaba atrapante, algo que nunca pude identificar que era; quizás la hermandad que se logra estando redondamente en la lona, quizás la cercanía a la locura o al crimen, el límite entre el humano y la nada. En resumen, gente que había sido degradada o quizás consumida entera en cuerpo, que en general el alma la habían perdido, pero si no era ese el caso entonces el alma se veía ahí, clarita, enferma, en una agonía constante.
Estaba cruzando Córdoba cuando veo que a mitad de cuadra hay tres tipos al lado de un tacho con fuego, cagados de frio. Paso muy lentamente fumando cuando escucho atrás mío:
-Jefe, no le sobra un cigarro- un hombre de mi edad pero demacrado, en realidad si tuviera que pensar su edad diría treinta y largos pero se sabe que la gente que vive en la calle aparenta mucho más de lo que en realidad es.
-Si, como no- respondí y saque el paquete de cigarrillos del bolsillo, saco uno y se lo doy junto con el encendedor.
-uh, que bueno, esta es mi marca-dice, lo prende-gracias jefe, esta es mi marca- me dice de vuelta. Y ahora si me voy contento, llegando más o menos tarde a donde tenía que ir.
Pero también pensando en la publicidad, en la locura, y en la basura en que nos convertimos.

1 comentario:

  1. Excelente reflexión sobre la puntualidad y el pasar de los días, un gusto mi nombre es Luis :)

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